La felicidad llamó a mi puerta
y salté por la ventana.
No busco ser feliz
en un mundo de infelices,
busco la calma en mis palabras
sin saber que las palabras no traen más que decepciones,
que las mentiras siempre son escritas
y las heridas son metáforas
de las relaciones.
Me fumo un cigarrillo
y me paro a pensar en lo que pasará en el más allá,
sin saber que no hay nada de eso,
que cuando mueres
nada más que pierdes peso.
Escribiendo sentimientos inciertos
para labios sin cordura:
libérame de estas ataduras
y ahógame en miles de penumbras,
pero nunca me dejes aislado
porque lo peor es el abandono humano.
Sólo sé que las modas se acaban,
que las luces se apagan y que las sombras te tragan,
que la vida se acaba pero los prados
no arderán hasta mañana.
Me fumo un porro en tu ventana
mirando hacia la nada
y pensando en el mañana,
y se avecina un olor a fragancia femenina:
es mi madre que se despedía de mi vida,
una metáfora anglosajona
de la mujer y el hombre homicida.
Pasan los años
y yo sigo en la cama sin saber qué hacer mañana,
frustrado con mi interior,
sin saber que aún está por llegar lo peor,
que las heridas internas
duelen más que toda la sangre derramada,
que el racismo está en el color de la piel,
o si no díselo a Kultama.
Se asoma un poco de luz
por la ventana;
es el mañana diciéndome que la soledad se acaba,
que las heridas de guerra
tienen recompensa
y que la soga que me ataba quedó liberada.
Y así, se acabó lo que se daba,
que con un simple rayo de libertad,
que creía apagada,
la soledad saltó por la ventana,
y le abrí la puerta a la felicidad,
que ansiaba mi llegada.
Sólo sé que las modas se acaban,
que las luces se apagan y que las sombras te tragan,
que la vida se acaba pero los prados
no arderán hasta mañana.
El Pueblo Unido